
Una de las grandes aficiones nacionales de México es la lucha libre, que se ha convertido ya en parte de la cultura popular y del folklore. En los mercados, junto a la fruta, los tejidos y los remedios naturales y "mágicos" para las gripes, los dolores musculares, el mal de ojo y de amores, pueden encontrarse esos vistosos trajes y máscaras de los luchadores que hacen las delicias de niños y mayores y que han dado al colorido tradicional de los mercados un nuevo tono; un cierto aire circense, patibulario, barato, estridente, pero muy popular.
Quizás por ello Peggy Adam tituló sus tiras sobre la situación de las mujeres en la frontera entre México y Estados Unidos, luchadoras. El acierto de esta dibujante francesa es que, a diferencia de la óptica de otros libros sobre Juárez, enmarca los feminicidios en el contexto general de esas sociedades donde la violencia es el centro de la vida cotidiana, de las relaciones sociales y en donde la vida no vale nada. Juárez y El Salvador son quizás los ejemplos más conocidos en América Central.
Lo que más me gusta es como refleja esa visión a través de su narración de lo cotidiano. Ese entorno es como la máscara asfixiante de los luchadores de México.