LA ENCANTADORA DE NIÑOS



jueves, 4 de octubre de 2012


Cada vez que escribo se me despierta un poco la locura y me pongo triste o, quizás sea mejor decir,  se me dispara la ansiedad. 
Escribir es sentir delante esa pared densa que tiene la textura de la gelatina a través de la que camino. 
De la forma menos liviana posible. 
Un obstáculo invisible, un freno, a veces feroz, que se me pega a los pies, unos pies que habitualmente se acompañan de zapatillas con alas.
A veces pienso que equivoqué mi profesión. Estoy segura, aunque lo que hago me gusta. 
Los días que escribo, las temporadas que escribo, siento la carga. La mayor parte de las veces recompensada.
Pero me temo que no podría vivir de contemplar los árboles y aprenderme sus nombres, de observar el mundo después de aprender Ikebana, de hacer catas de croissants o de bailar música muy discotequera al anochecer. 

3 comentarios:

  1. ánimo, ¿y quién no se ha equivocado de profesión? algunas ni siquiera tenemos profesión y nos hemos equivocado de especie (yo sería ese árbol que tú mirarías en un mundo ideal ;-)

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  2. Pues creo que yo si podría vivir con esos planes que comentas, aunque soy más de abrazar árboles, bailar música más tranquila y la cata de croissants se me antoje prohivitiva para el tamaño de mi culo...

    A veces la vida se empeña en que paguemos facturas haciendo algo que incluso odiamos. Entonces, a mí me da por pensar que mi vida es lo que hago a partir de las 3 de la tarde (cuando salgo del trabajo) y aprovecho para hacer las cosas que me llenan de verdad.

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  3. ays, el otoño nos vuelve melancólicas ;)

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