LA ENCANTADORA DE NIÑOS



viernes, 23 de diciembre de 2011


Por fin llega la calma. En una semana he viajado dos veces a una ciudad española y he cruzado el sur de Europa. Necesito dormir en esta cama que es, a medias, mía. 
He tenido mucha suerte. Trabajo para viajar. Después de dos días de intensa lluvia, el sol salió con rabia mediterránea e iluminó con su luz blanquecina los mármoles. Nunca pensé en recorrer las ruinas casi sola, saltando charcos y, algo entaconada, cegada por el azul del fondo. No puedo imaginar lo maravilloso que serían esos parajes antes de las invasiones y de la industrialización, aunque la Grecia bizantina y ortodoxa llega a gustarme tanto como la arcaica y la clásica, que cada vez imagino más en color. Y esto, junto a las manchas color sangre de los edificios, que muestran la rabia de un pueblo empobrecido y cada vez más desigual. Me alejé de las calles amables y paseé por los barrios oscuros de la ciudad. Llego un poco estremecida.

4 comentarios:

  1. Sigues con los baúles a cuestas!
    Disfruta. Besos:)

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  2. Las ciudades no sólo hay que verlas, sino también vivirlas, olerlas, sentirlas... Entonces es cuando las conoces, a pesar de que te estremezcan.

    Deja que cada piedra te hable, aún las manchadas en sangre. Tienen mucho que contar...

    Un abrazo!

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  3. viajar es de lo mejor del mundo, aunque de vez en cuando la propia cama viene de lujo ¿eh?

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