Sigue sin darme la vida, pero esta vez es por algo mejor que lo habitual; trabajo y reforma. Y es que, aunque cueste creerlo estoy feliz con mi invierno canadiense. Me faltan K. y los amigos, y la cada vez menos pequeña M; pero he de confesar que nunca hubiera pensado lo que me gusta el invierno nevado. Están siendo unos días muy intensos, llenos de frío y sol. Me encantan desayunar arándanos y café; comer bagels a media mañana y notar el viento cortante en la cara. Pasear junto al canal de Lachine helado, comprar cranberries a estos granjeros ultramodernos en las tiendas organic, que son granjeros, pero parecen artistas barceloneses o berlineses, oler a confitura de ruibarbo y disfrutar con la belleza de los abedules plateados. Y todo esto mientras leo y busco y trabajo y paseo. Montreal, aunque es muy cosmopolita, no tiene la vitalidad neoyorquina, es más triste; pero tiene un no se qué, de ciudad canalla y muy joven, bohemia y cutre, con un feismo lleno de encanto, que me hace sentir muy bien cada vez que estoy.
Hace 1 día
Un feismo encantador. Muy aplicable también a las personas.
ResponderEliminarBesos
Quiero teletransportarme yaaa allí, yo también quiero arándanos y frío! (aunque frío aquí también hay un rato!)
ResponderEliminarhe flipao con los granjeros
ResponderEliminarVi imágenes de Montreal en una película y me llamó la atención su arquitectura...me gustó. Pero supongo que sacaban sólo lo bonito y será diferente vivir allí.
ResponderEliminarDisfruta de ese invierno nevado y tira unas cuantas bolas de nieve a la salud de nuestra recién estrenada reforma laboral!!
La envidia es contagiosa?
ResponderEliminarChicas..:):)
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